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Orientación Universidad
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resumen ahora que estamos muertos, Resúmenes de Trabajo Social

Asignatura: METODOLOGIA DE INTERVENCION EN TRABAJO SOCIAL CON GRUPOS, Profesor: aurora castillo, Carrera: Trabajo Social, Universidad: UCM

Tipo: Resúmenes

2016/2017
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Subido el 30/04/2017

paulhe-2
paulhe-2 🇪🇸

5

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¡Descarga resumen ahora que estamos muertos y más Resúmenes en PDF de Trabajo Social solo en Docsity! Historia clara, contundente, directa, a veces visceral, de calidad para un retrato social, pero que sobrepasa con creces, como se verá, esta pretensión. El comienzo es un despertar para los personajes pero también para el lector, un acierto, normalmente se enfrenta uno al comienzo de una novela medio dormido, es misión de las primeras páginas ( algunos sostienen que de la primera frase ) introducir de la manera más rápidamente posible al lector en la historia, aquí el inicio es ciertamente brusco, visceral, cortante. El que la primera frase ya esté entre admiraciones viene a llevar al límite este supuesto, la sucesión de tacos y de elementos sensoriales desagradables, nos coloca de inmediato en el lugar, no mediante una puntualización topográfica, sino con una transmisión de sensaciones, con una sinestesia que remite a algo más profundo que la mera intelección del inicio. La excepción es la situación del albergue, del que se da la situación exacta, indicaciones descriptivas más generales, información seca. Más adelante se justifica esta salvedad. Después leemos la precisión geográfica, la Avenida de Portugal. La referencia al tráfico nos sitúa sin dificultad en una historia que está al margen, aislada, bruscamente separada de la historia de una ciudad indiferente, que simboliza ese tráfico ruidoso que provocan unos seres completamente ajenos a los protagonistas que se mueven en una realidad paralela al de una sociedad que los ignora. Junto a la inquietud por la descripción de una suciedad mal oliente y viscosa, hay otra sinestesia fundamental, la que corresponde a la violencia, desde el principio omnipresente, al final determinante para su personaje principal, pero que se manifiesta en escenas vivas, donde predomina el movimiento sobre la descripción abstracta, la acción sobre la explicación, requisito indispensable para la eficaz visualización por parte del lector de la historia. La pelea entre el Picolo, la Sorda, los guardias y policías, es un buen ejemplo de esto, resaltando aquí la percepción del caos. La gratuidad de tanta violencia al principio de la novela nos pone en situación de valorar que las acciones de los personajes a los que vamos a seguir no va a estar regida por la razón precisamente. Esta ausencia de razón, más allá de los cuadros psicopatológicos de cada uno (como la esquizofrenia de Joaquín), también entronca la novela dentro del marco sociocultural moderno que desde el existencialismo nos asegura que no existe la posibilidad de amarrarse a argumentos sólidos que nos resguarden de una violencia que, efectivamente, parece apoderarse del mundo con hambre insaciable. Por otro lado, y para no ponernos tan tremebundos, en ocasiones muchas expresiones de violencia extrema, tacos y maldiciones incluidos, acaban por derivar en una situación risible, de un humor que se repite sirviendo de necesarias válvulas de escape que una historia tan dura precisa sin duda. El absurdo a veces es un recurso para evitar un alejamiento que una dureza extrema pudiera provocar. Pronto nos introducimos en la descripción de un Madrid plenamente reconocible, frío y gris, invernal y contaminado, que como marco espacial se identifica con la experiencia, experiencia negativa sin duda, pero como en muchos otros relatos que reflejan ciudades, trasmiten el valor de lo que es propio, de un sentimiento ambiguo de raíces en suelos maltrechos, en el que el concepto de barrio cobra todo su sentido. Lejos de lo peor que una novela puede proporcionar al respecto, la imagen de una ciudad idílica que se preste a un catálogo de agencia de turismo. Pero a parte de este marco espacial, quizás uno de los mayores logros sea el otro marco, el temporal. Se va narrando el transcurso del día cerrado, desde el amanecer al atardecer, de una forma suave, a veces marcando tajantemente las horas, (“a las ocho de la mañana y en el pabellón de Invierno”), otras veces el tiempo trascurre con ligeras indicaciones hilvanadas (el despertar, tras el transcurso de una mañana en vez de decir las tres de la tarde, “la plaza se fue quedando sin gente” para indicar una hora tardía pero también, en tan poco espacio nos acordamos del tiempo y de la soledad) Es inevitable remitirse a otras obras en el que el día de principio a fin marca la historia, siendo el Ulises de Joyce el caso paradigmático, y aunque las peripecias de Bloom son ajenas en estilo e intenciones a esta, hay en el fondo como una especie de relación entre ambas, que quizás responda a una común sensación trasmitida al lector de incómodo desasimiento de la realidad, de igual pérdida de tranquilidad de conciencia. Se revela en la construcción de los personajes un conocimiento de la identidad de cada uno sin un excesivo distanciamiento, pese a la realidad sin duda extraña de los retratados. Un colectivo como los sin-hogar, me temo, se prestan al error de ser expuestos mediante pinzas de taxidermista, alejados del autor lo más posible, especimenes a analizar que dejan de ser seres humanos con los que te puedas identificar. Buena parte de la literatura social cae en este pecado, pese a las buenas intenciones, en el fondo se reniega de esos personajes a los que ni siquiera se concede la humanidad, convirtiéndose únicamente en objetos de lástima o instrumentos ideológicos. Aquí, sin embargo, todos los personajes, para empezar, tienen historia, un nacimiento, un pasado que indica que su situación actual no los constituye únicamente en sin-hogar, son personas que por determinadas circunstancias llegan a esa situación extrema, pero que no pueden agruparse en un todo indiferenciado, siendo precisamente la historia personal de cada uno lo que les da una identidad plena. Por otro lado, el conocimiento de quienes son estas personas se revela, además de por la reproducción de su lenguaje, por la descripción de su aspecto, por pequeñas indicaciones que muestran como en un pequeño esbozo, que la realidad es compartida, que las diferencia entre autor y personajes no se basa en una arrogante superioridad, sino en un intento de compresión basado tal vez en una excelente capacidad de observación, necesariamente entrelazada con un evidente entendimiento. Esta palabra es ajena por completo a la conmiseración, que derivaría con facilidad, en sentimentalismo, riesgo que afortunadamente la obra rehuye con un acierto tal que se acerca a la maestría. Un ejemplo de este grado de conocimiento es, al principio, cuando en la presentación de Antonio apunta que la gente de la calle no diferencia ni frío ni calor, y por eso llevan siempre abrigo, haciendo de este hecho no un motivo de locura, sino una consecuencia lógica de una percepción angustiosa del frío. También colabora a esta huída del sentimentalismo el hecho de presentar a personajes moralmente ambiguos, o rematadamente perversos, sin juicio previo. Se declaran racistas o violentos, no se justifican ni se condenan sus posturas, son así y punto, evitando tanto concederles la bondad como la maldad, juicio sumarísimo que constituiría grave error, porque, por ejemplo, tanto un juicio como otro bien podrían justificar políticas sociales amparadas en sentimientos. Tendencia evitable a toda costa, pero que no es cosa de filantropías decimonónicas, sino que hoy se corre este riesgo, disfrazado alguna vez de “políticas
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